Yōkoso Japón

Otro viaje de coordi, un poco lastminute ya que apenas me avisaron dos semanas antes de la salida, pero a Japón no puedes decir no. Le tenía muchas ganas y tiempo me sobraba. Tuve la suerte que viajé dos días antes que el grupo, así que me dio tiempo para disfrutar sola de la locura de la ciudad de Osaka, a mi aire, a habituarme, a observar y disfrutar de otra forma el viaje. 

Este viaje no hubiera sido lo mismo sin este grupo tan especial: Susana y su sentido del humos y energía inagotable. Ana, y sus ocurrencias nos sacaban carcajadas en los momentos más inesperados. Esther la amabilidad en persona y ojo crítico para la elegancia y la estética. Alejandro, puro espíritu aventurero y risueño, y entusiasmo era contagioso. Pedro, nuestro alma otaku y Juan, el refunfuñon del grupo.

Un grupo divertido que convirtió este viaje en algo mucho más grande que visitar templos y ciudades. Porque al final, los mejores recuerdos no son solo los lugares, sino con quién los compartes.


Osaka, el despertar

Con esa mezcla de jet lag y emoción que solo se siente al pisar Japón por primera vez, llegamos a Osaka. La ciudad nos recibió con sus luces de neón, su comida callejera en Dotonbori, y esa sensación de estar en otro planeta. Primeros takoyakis y gyotzas, bolas de pulpo y galletas varias con formas diversas de habas roja, chocolate, matcha,..

Pero la joya de estos días fue la excursión a Koyasan. Este monte sagrado al sur de Osaka es una joya de paz y espiritualidad que nos flipó completamente. El cementerio Okunoin, con sus miles de linternas entre árboles centenarios y musgo, es de esos lugares que te dejan sin palabras. 



Nara y el primer contacto con Kyoto

La parada en Nara fue agridulce, no esperábamos tanto espectaculo turistico con los pobres ciervos ansiosos por las galletas que vendian en cada esquina y por la comida en general. Una vez te alejas del bullicioso centro encuentras más paz, templos tranquilos y otro tipo de belleza.

Llegamos a Kyoto al atardecer, y ya desde el primer momento supimos que esta ciudad nos iba a enamorar.


Kyoto, el corazón de Japón

Tres noches en Kyoto se nos quedaron cortas, pero las aprovechamos al máximo. Fushimi Inari al amanecer, con sus miles de toris rojos creando túneles infinitos, fue mágico. Arashiyama y su bosque de bambú nos pareció una turistada y slefie point obligado, pero nos dio tiempo a darnos un garbeo por los alrededores y lo disfrutamos, diferente.

Callejear es lo nuestro, y así lo hicimos en Kioto, incluso con nocturnidad nos fuimos en busca de Geishas y nos perdimos con las hisotiras de la cultura y culto por estas mujeres. La ciudad nos atrapó, sus barrios y callejuelas, su ambiente tranquilo y distendido, sus templos y jardines, una joya en un enclave único.


Hiroshima y Miyajima

Hiroshima nos impactó. El Parque Memorial de la Paz y el Museo son visitas duras pero necesarias. 

Llegamos a Miyajima al atardecer, justo cuando los turistas de día empezaban a marcharse. Y aquí viene lo mejor... Quedarnos a dormir en Miyajima fue, sin ninguna duda, la mejor decisión de todo el viaje. Cuando el último ferry se va y los turistas desaparecen, la isla se transforma por completo.

Ver el Torii iluminado de noche, reflejándose en el agua en absoluto silencio, fue uno de esos momentos que se te quedan grabados para siempre. No había multitudes, no había ruido, solo nosotros y la magia de Miyajima.

Por la mañana, nos levantamos antes del amanecer y subimos al Daisho-in Temple. Escuchar las oraciones de los monjes, ver el Torii en la distancia desde el templo, sin un alma alrededor... simplemente espectacular. Es un templo precioso que muchos turistas se pierden por no quedarse a dormir en la isla.


Alpes japoneses

Después de despedirnos de Miyajima, pusimos rumbo a Takayama, en los Alpes Japoneses. De camino, hicimos parada en Shirakawa-go, ese pueblo de postal con casas de tejados de paja (gassho-zukuri). Parecía sacado de un cuento.

Takayama nos recibió con su aire de pueblo tradicional, sus calles llenas de casas de madera, y sus cervecerías de sake. 


De Takayama a Nakatsugawa

Pasamos el día completo disfrutando de Takayama: su mercado matutino, el barrio antiguo de Sanmachi, y probando la deliciosa gastronomía. Y su sake. Un pueblo con muchísimo encanto que merece ir despacio y disfrutarla.

Por la tarde, nos trasladamos a Nakatsugawa para emprender la ruta nakaseando, antiguo camino que conectaba Kioto con Tokio en la época feudal te transporta al Japón de hace siglos. 


La Ruta Nakasendo, de Magome a Tsumago

Los 8 kilómetros de la Ruta Nakasendo entre Magome y Tsumago fueron una pasada. Caminamos entre bosques, cascadas, campos de arroz y pueblos tradicionales prácticamente intactos. Una delicia.

Después de la ruta, cogimos el tren a Tokio. El momento de entrar en la megalópolis después de días en pueblos tranquilos fue impactante.


La locura de Tokio

Cinco noches en Tokio nos permitieron explorar la ciudad sin prisas.. Cada barrio de Tokio es un mundo diferente: el caos organizado de Shibuya, la tranquilidad de los jardines del Palacio Imperial, la locura de Harajuku, el paraíso tecnológico de Akihabara, el mercado de Tsukiji... Las noches y sus neones, el lado oscuro de Tokio y sus barrios, los baruchos o izokayas en callejones con comida deliciosa, algún que otro jugador de sumo,.. Tokio y sus mil caras.






Aún nos dio tiempo para uno de los highlights del viaje, al menos para mi,.. ver el Monte Fuji. Tomamos el tren directo desde Shinjuku, el paseo circular de hora y media alrededor del lago con vistas al Fuji fue épico. Tuvimos suerte con el clima y lo vimos perfectamente claro. Nos sentamos a comer sandwiches nipones del 7Eleven a la orilla del lago y nos quedamos embobados viendo la icónica montaña y su energía.




Entre excursiones, nos perdimos por Tokio: karaoke nocturno, restaurantes de gyotzas y ramen, máquinas expendedoras en cada esquina, el cruce de Shibuya bajo la lluvia, compras de último minuto... Sayonara, Japón




Volvimos con las maletas llenas, sí. todos con omamori (amuletos) de diferentes templos, kimonos de recuerdo, sakes, cremas y serums anti arrugas, Kit-Kats de sabores imposibles...

Pero lo que realmente nos llevamos no cabe en una maleta. Nos llevamos los recuerdos de 17 días perfectamente imperfectos. Japón no es solo un viaje, es una experiencia que te cambia. Es ese lugar donde la tradición milenaria convive perfectamente con la tecnología más puntera. 

Más allá de los templos, los cerezos, la ultra puntualidad, la amabilidad de su gente, el Monte Fuji y los trenes bala, Japón te enseña. Te enseña sobre respeto, sobre orden, sobre la belleza en los pequeños detalles, sobre cómo una sociedad puede funcionar cuando todos ponen de su parte,.. aunque también sobre una parte oscura de vidas encorsetadas, vicio y alcohol.

Volveré, sin dudarlo. Japón es ese tipo de país que, cuanto más conoces, más te das cuenta de lo poco que conoces. Ya estoy planeando el siguiente viaje: Hokkaido, Okinawa, y todos esos lugares que nos quedaron pendientes.


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