[name=Patricia Plaza] [description=Libertad | Amor | Revolución ] [img=https://2.bp.blogspot.com/-lZmSPJ4ElOc/TqWyVI6_brI/AAAAAAAAE3c/IIvrZ05K1bk3qwooHKI5qJFaI24gzwIPQCPcB/w1200-h630-p-k-nu/IMG_2220.JPG]



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Tocando el cielo con la punta de mis dedos

En el techo del mundo falta oxígeno y buena comida. Pero el Tíbet no es un lugar para el cuerpo, sino para el espíritu; para escucharlo y apaciguarlo con una receta infalible: simplicidad, belleza y silencio.

Tras casi 3 días en el tren más alto del mundo, atravesando parajes trifasicos y entusismada con los paisajes nevados a casi 5.000m de altitud, llegué a Lhasa, la mítica capital del Tíbet.



Curiosa y decepcionante mezcla. La parte china, con aspecto de ciudad occidental avanzada con sus shoppings centre y tiendas de marca, no tiene nada que ver con el sector tibetano, que aún conserva su carácter tradicional, su red de callejuelas y mercadillos ambulantes. Con la ocupación china la ciudad ha perdido su viejo misterio, pero no su carácter sagrado y espiritual. Aunque ver a la policia armada, da cierto respeto...



En el casco antiguo está el templo de Jokhang, construido hace un porron de años para albergar la imagen del Buda Sakyamuni, que hoy sigue siendo la más venerada del país y el motivo de largos peregrinajes. En su interior, en penumbra y bajo una atmósfera saturada de aroma de incienso, se forman largas colas de fieles para recibir la bendición.



A la puertas del monasterio se agolpan los peregrinos, que parecen no agotarse de tanto realizar postraciones, seguramente pagando su mantra personal y secreto con Buda.



Al rededor del templo, cientos de tibetanos realizan el kora; caminar dando la vuelta siguiendo la dirección de las manecillas del reloj.



Los peregrinos llevan en una mano una versión pequeña de un molinillo que no dejan de girar, y, con los dedos de la otra van alisando las piezas de su inseparable rosario mientras murmuran su mantra: om mani padme hum (que me he aprendido de tanto escucharlo) el cual, dicen, les ayuda a meditar y a conectar con las capas más profundas de la conciencia.



Es un espectáculo sentarse simplemente a observar a los pelegrinos que provienen de todos los rincones del país; sus rasgos y atuendo delatan su origen.



Dominando el horizonte se alza el palacio Potala, construido en el siglo XVII por el quinto Dalai Lama, que alberga más de 1.000 habitaciones. El que fue hogar del Dalai Lama hoy cumple funciones de museo, con sólo los últimos tres pisos del palacio abiertos al público. Para mí, después de haberlo visto tantas veces en la televisión, fue como encontrarme ante un sueño hecho realidad, y realmente me impresionó. Mucho.



Visitamos también el palacio de verano del Dalai Lama, el Monasterio de Sera y nos colamos en otros templos llenos de monjes o monjas, para empaparnos bien de esta esencia única y espiritual de la magia tibetana.



Podría quedarme una semana aquí y perderme en esta maravillosa cuidad que no deja indiferente a nadie. Pero la agenda es apretada y agotadora. Tres días y a la carretera. Empieza la ruta por la carretera de la amistad, que conecta Lhasa con Kathmandu, cruzando los Himalayas.

La inmensidad de los paisajes. De nuevo la nada y el todo. Sin darme cuenta, mi cuerpo se iba acostumbrando a las altura, y a las maravillas que se cruzaban en nuestro camino.



Un misterioso y sagrado Yamdrok lake.



Impresionante glaciar de Korola.



Gyantse, protegida por un imponente fuerte, evoca románticas imágenes medievales del Tíbet e invita a pasear por su avenida principal arbolada y por callejones estrechos en busca de la tradición cultural tibetana más profunda. Sus casas son un fiel reflejo de la forma de ser de los tibetanos: como ellos, son sencillas pero acogedoras, pobres pero alegres, herméticas pero abiertas al visitante. Las casas de piedra tienen el techo plano para almacenar excrementos de yak –el animal por excelencia de los tibetanos– utilizados como combustible para cocinar.



La estupa principal y su monasterio Pelkor Chod, son reliquias de la cultura tibetana.




Shigatse y sus dos mundos: el chino, con sus anchas avenidas asfaltadas, y el pobre mundo tibetano, con su ambiente medieval de casas blancas y rectangulares.

Tashilumpo, el monasterio que constituye el hogar del Panchen Lama, es la unica razon de visita. Sus interiores se hallan sumidos en la penumbra y un fuerte aroma a rancio domina la atmósfera, que emana de cientos de candelabros que arden consumiendo manteca de yac, que los peregrinos se preocupan de reponer durante sus visitas. Sobre sus columnas penden hermosos colgantes de seda bordados con hilos de oro, mientras que sus paredes están cubiertas de estanterías con figuras de Buda y pinturas religiosas. En su interior, con voz cavernosa, los monjes se sientan con las piernas cruzadas a recitar mantras.



Mientras vamos remontando la carretera de la Amistad, la sensación de que me dirijo hacia el origen de un gran sueño, me hace sentir escalofrios. La carretera no cesa de subir hasta alcanzar la escalofriante altura de 5.200 metros en el paso del Lung-la, a esa altura falta oxigeno y el mal de altura se nota. Pero cuando ves el monstruo que tras las nubes se esconde, todo pasa. El Everest, a lo lejos.

Aunque fue breve porque el dia no acompañaba, fue un sueño estar ante las montañas más altas del mundo, tenía la sensación de abrazarlas y es curioso lo pequeña que me sentía en esos momentos, pero a la vez grande por ser tan afortunada de estar allí.



Por un momento, siento poder tocar el cielo con la punta de mis dedos. Así que antes de emprender la marcha, ato mis banderines de oración, lo más cerca del cielo. Por la tierra, por vosotros, por este viaje, por lo aprendido, vivido y amado, y por poder volver algún día al techo del mundo libre.
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