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Los últimos de Filipinas

Necesitaba viajar. Necesitaba imperiosamente viajar y recuperar ese estado de ánimo que sólo recupero viajando, sólo en movimiento. Así que cuando me ofrecieron ir a Filipinas como coordinadora de viaje, ni me lo pensé. Bahala na!

Lo que no sabía es que me iba a embarcar a los pocos dias en un viaje diferente, una aventura que recordaré toda la vida. Ramón, Txemi, Rosa, Araceli, Marieta y Nuria, desconocidos y compañeros de viaje por 21 días, se convirtieron en familia después de dos meses confinados. Los ultimos de Filipinas, nos llamamos.

La alerta por Covid nos pilló de trekking en Banaue, llevabamos 3 dias sin conexión, felices de los primeros días de naturaleza, de aventuras, de montaña y paisajes maravillosos. Verde que te quiero verde.











Y si, la vuelta fue dura, las noticias nos daban pocas opciones, o saliamos del pais en medio de un kaos horrible y desalentador con gente queriendo volar a casa, se atrincheraba en el aeropuerto de Manila días y dias sin muchas opciones de salir del pais. Nuestras familias por suerte, estaban bien. Decidimos entre todos seguir el viaje, sin opciones de volar internamente ya que nuestros vuelos al sur estaban cancelados, decidimos subir al norte de la isla. Con suerte, llegamos en unos días y puede que para entonces haya mejorado la situación del cierre provisional de fornteras.

Y nos fuimos a una desertica Sagada, a unas 2 horas al norte de Banaue, donde visitamos sus ataúdes colgantes, cuevas, cascadas, montañas de roca caliza y la tranquilidad y ambiente étnico completamente solos! De hecho muchas de los accesos estaban cerrados pero en todos nos colamos. Sería el "modo viaje" la distancia con la realidad que nos tomamos como una oportunidad de disfrutar practicamente solos de toda la belleza del lugar.



Más noticias, más malas noticias,.. el lock down empezaba a cobrar sentido y ya tenía una fecha. Seguimos la ruta marcada, visitaremos Santiago de Illocos y dormiremos en Vagan. Continuaríamos hacia el norte, donde unas bonitas playas se antoja como el perfecto refugio de los 15 dias de cierre que por entonces se comentaba.




Cuando al tercer hostel en Vigan noa negaron alojarnos por ser españoles, nuestro estado de ánimo cambió radicalmente y nos dio un golpe de realidad que hasta entonces sólo habia sido tensión. La preocupación nos alentó de que la cosa se estaba poniendo fea, que estábamos a 15.000kms de españa, de nuestras familias, de otra realidad aunque viviendo la nuestras en circunstancias desfavorables e inquitantes. 




Visita fugaz al barrio mestizo de Vigan y seguimos! La idea era llegar hasta Illocos Norte y descansar alli hasta nuevas noticias.

¡Y casi lo conseguimos!

Al llegar a Pagudpud, última parada de un bus que nos pareció eterno, nos esperaba la policia para "deternernos". La idea de deportarnos en las condiciones de kaos absoluto y terror en Manila, era una pesadilla pero rondaba nuestras cabezas como única opción cuando nos vimos en Comisaría haciendonos preguntas y test de salud. Al parecer era rutinario, nos tomaban datos, nos darían alojamiento esa noche y al dia siguiente vendrían a por nosotros a llevarnos hasta Manila. La embajada no respondía al teléfono y nuestra contacto directo nos alertaba que no salieramos, que era demsaiado tarde.

Entre la confusión y los nervios, llegamos al Kingfisher, un resort ideal en la playa donde pudimos descansar, tomar perspectiva y tomar decisiones. La más importante, no nos movemos de aquí. Dicho y hecho, hablamos con el dueño para que nos diera una cabaña buena bonita y barata frente al mar, una de chicas y otra de chicos. Nos tendríamos que turnar para dormir las 5, una en un colchon en el suelo, las otras 4 compartiendo dos camas de matrimonio. Nos apañamos. Baños comunes con animales varios cada dia. Eso si, bar restaurante con casi de todo, playa infinita para andar, piscina de agua salda infinity, columpios y hamacas frente al mar, y hasta kitesurf, cayaks y paddle surf for free. Ni tan mal.

Y así empezó nuestro particular confinamiento. Alejados los primeros días, pero en compañia de Roberto y su novia influencer filipina, los australianos, Marc Damon y todos y cada uno de los chicos del hotel. Nuestra comunidad burbuja por más de un mes.

Los días eran lentos, pero podría recordar cada uno de ellos con una sonrisa, quizás porque cada mañana empezabamos el dia escuchando el mar, meditando en la arena saludando al sol y al nuevo dia, afortunadas de estar ahi y de estar bien. Desayunos largos larguisimos, entre noticias del día, de los allí, de los nuestros y de los de aquí. Un poco de yoga, de deporte, de cinta acrobática, de snorkle o nadar, simplemente nadar y ver pececitos. O simplemente leer, o no hacer nada. O de explorar los alrededores, de ver a los pescadores, de coger cocos para desayunar (un coco al día, da alegria!), de hacer una carrera de hermitaños, de jugar al ping pong, de jugar con los perros del hotel, o de caminar por la playa hasta ver la puesta de sol. 










Gracias a la familia que fuimos juntos durante esas semanas que nos ayudó a estar fuertes ante las adversidades y vivimos esta experiencia unidos, con actitud, optimismo y alegría, porque en el fondo fuimos muy felices. 



Siempre pienso que el azar me llevó hasta allí sin saber que se iba a comvertir en mi feliz refugio y pequeño paraiso. O quizás fuera el destino. Nunca lo sabré, pero curó mi alma y cuerpo, me dio vida y perspectiva, me dio alas para seguir, para recuperarme tras el tropezón vital del último año. Perdón si suena frívolo, pero gracias al coronavirus, conocí personas maravillosas que son parte de mi vida hoy y me dio la oportunidad de volver a ser yo. Dos meses después, volví a casa con un único objetivo, abrazar a los mios, mucho, fuerte y bien.



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