21horas de bus hasta llegar a la capital de la región de los lagos. A orillas del lago Nahuel Huapi y rodeada de altas cumbres se encuentra Bariloche.
Un gran pueblo turístico con poca gracia que no nos dice nada. Lo bonito está en su periferia. Las impresionantes vistas desde cualquiera de sus cerros, como el Otto, desde dónde el paisaje al lago salpicado de pequeñas islas y por la península Quetrihué, o desde la piedra de Hasburg al otro lado del cerro donde contemplar otras vistas al lago Gutierrez. Mu bonito!
Tuvimos suerte y disfrutamos de un día despejado sin nubes de ceniza del volcán chileno Puyehue que lleva amenazando durante muchos meses el paisaje de esta zona del Parque Nacional de los Lagos. De hecho, allí mismo celebramos con los locales el primer avión que aterrizó en su aeropuerto después de 6 meses.
El día da mucho de sí porque el sol se pone sobre las 10p.m., pero caemos rendidas y algo decepcionadas porque esperábamos un lugar mucho más idílico montañero, pero el pueblo no mola nada.
Nos vamos para El Bolsón, un pueblito hippy montañero a un par de horas de aquí. Un municipio ecológico y zona delcarada no nuclear, rodeada además por montañas espectacularmente recortadas. Llegamos el sábado, día de mercado: Puestecitos, artesania, musiquita, comida de cultivo ecológico, hippis indignados, piedras mágicas, hadas y duendes.
Mi amiga Montse habia estado un par de veces aquí y me pidió que fuéramos a alojarnos a la Posada del Buscador y que saludaramos a Nora, su posadera. Fue entrar en esa casa y entender todo. La magia del lugar y la dulzura de ella.
El Bolsón, es además un buen campo base para explorar sus alrededores, hay muchas y buenas excursiones, picos, lagos, cascadas... Su montaña más sagrada es el Piltriquitron que en indio mapuche significa “Colgado de las nubes”. Empieza la caminata, pero a la hora bajo un calor infernal decidimos levantar un auto. Una casualidad, eran Betina y Jorge, una pareja curiosa pero encantadora que también se alojan en el hostel de Nora. Subimos con ellos y nos ahorramos todo el trozo de pista y le prometemos a Betina que haremos cumbre (ella el año pasado se quedó a 1h y lo tenía pendiente). El paseo hasta el refugio ofrece unas vistas maravillosas a el valle del Bolsón protegido por los Andes desde todos sus angulos y una parada obligatoria en el Bosque Tallado, donde artesanos de la zona han convertido algunos troncos quemados en esculturas.
Antes de llegar vimos una pareja de pájaros carpinteros que trabajaban conciencudamente haciendo sus madrigueras en el tronco de los árboles. Igualitos que en los dibujos animados.
Y comienza el ascenso que se intuye fácil al principio pero se complica al final. Si al desnivel considerable le unes un terreno lleno de piedritas en el que te resbalas en cada pisada y más bien vas deshaciendo camino. Bordeamos las rocas y casi escalando llegamos exhaustas hasta la cima. 2.260m. Una sensación dificil de explicar por la belleza que desde allí se contempla, por compartir un sueño y por la compañía de dos condores que sobrevuelan a pocos metros de nuestras cabezas. Click, click, click y empezamos a bajar, en algunos tramos casi en culipatín (def: bajar patinando con el culo).
Esa noche lo celebramos con un buen Fernet Cola y con una charla interminable con los chicos, Nora y su hijo Diego que es todo un personaje. A dormir, mañana nos vamos en el auto de Betina y Jorge a 150km de aquí a visitar el Parque Nacional de Los Alerces, dicen uno de los parques más bellos de Argentina.
Y sí, es realmente hermoso. Nos quedamos impresionadas por lo magestuoso y grande. Pasamos todo el día hasta el anochecer y apenas vimos un 5% del parque. Mereció mucho la pena, no sólo por el asadito que preparó Jorge a orillas del Lago Verde en un marco incomparable con baño y siesta incluida, sino también por la excursión hasta una confluencia mágica: desembocadura del Lago Verde, el nacimiento del Río Arrayanes y la desembocadura del Río Menéndez. Casi se nos hace de noche, y es que el espectáculo del cielo tornándose naranja fosforito dejó una bonita imagen en nuestras memorias.
En la Ruta 40 de vuelta vimos entre otros, zorrinos y una lechuza, y muchos carteles de desvío que nos desviaron una y otra vez sin saber muy bien como volver a casa, pero sí, llegamos tarde pero a tiempo de una ultima charla con la gente del hostel que para Cris se hizo eterna, tanto que acabó dando los buenos días a los huéspedes que despertaban. Total, ya dormiremos en el bus a El Chaltén que son 23 horas... y subiendo.
Pero fueron 25h. Porque más que un autobús, eramos una ONG con ruedas. En una carretera de ripio y poco asfalto siempre hay una pinchada de rueda, un a moto a la que empujar o alguien a quien rescatar porque se quedó sin nafta. Y ahí estaba nuestro autobusero, parando cada rato y echando una mano a quien lo necesitara. Eso sí, en las misisones participábamos todos, unos cotilleaban, otros auydaban, otros hacian fotos. Nosotras todo a la vez.
Mereció, y mucho, la pena llegar hasta un pequeño paraiso montañero llamado El Chalten, que esconde una maravilla tras la noche cerrada y fria que nos recibió: el mágico Fitz Roy.
Casas de hojalata y madera que parecen sacadas de una peli del oeste pero con look alpino. Todo la gente del pueblo es joven y montañera y hay un buen rollo generalizado que se contagia. Paz y tranquilidad. El sol apareció el día de nuestra visita hasta la Laguna de los Tres, desde dónde las vistas al Fitz Roy son un auténtico escándalo. Fue una trekking inolvidable y una sensación brutal al llegar a su falda donde tres lagos de diferentes colores y glaciares descomunales protegen al cerro.
Felices y con mi tobillo hinchado, nos despedimos de nuestro amigo Fitz y de El Chalten. El Perito Moreno nos espera. Vamos!