
4 días en ferry para cubrir un trayecto de casi un tercio del país, atravesando los campos de hielo norte y sur de la patagónia chilena. La navegación es lenta y pausada.
No hay nada mejor que pasarse la mañana de un miércoles de febrero navegando entre fiordos, canales angostos, contemplando glaciares, montañas, paisajes infinitos y fantasmagóricos, barcos varados, islas llenas de focas e incluso avistando ballenas.
Con la tripa llena después del copisoso desayuno, estoy tumbada en un cómodo sofá del salón del barco, el cual he movido para situarlo completamente pegado a una ventana, y estoy leyendo un libro mientras el leve movimiento del barco parece mecerme lentamente.
En cuanto entro en un estado de relajación tan fuerte que noto que el libro empieza a escurrirse entre las manos, abro los ojos y levanto la cabeza para apreciar mejor el paisaje.
En cuanto entro en un estado de relajación tan fuerte que noto que el libro empieza a escurrirse entre las manos, abro los ojos y levanto la cabeza para apreciar mejor el paisaje.
Luego bostezo, me estiro como un gato y continúo leyendo preguntándome si hay algo mejor que hacer en el mundo un miércoles de febrero por la mañana.